[Hoy en día] el no-deseo vuelve a convertirse en privilegio, como ocurría en el caso del sabio antiguo o del santo del cristianismo. Pero el sujeto deseante retrocede, amedrentado, ante la idea de la renuncia absoluta. Busca escapatarias. Intenta crearse un personaje en el cual la ausencia del deseo no sea penosamente conquistada. Lo hace sobre la anarquía de los instintos y de la pasión metafísica.
El héroe sonámbulo es la 'solución' de este problema. El no-deseo de este héroe no recuerda en nada al triunfo del espíritu sobre las fuerzas malvadas, ni la ascesis que predican las grandes religiones y los humanismos superiores. Recuerda más bien un embotamiento de los sentidos, una pérdida total o parcial de la curiosidad vital. Una gracia repentina desciende sobre el héroe baja forma de 'náusea' sin que se sepa bien por qué.
El alcohol, los estupefacientes, el dolor físico muy intenso, los abusos eróticos pueden destruir o embotar el deseo. El héroe alcanza entonces un estado de 'embrutecimiento lúcido' que constituye la última de las poses románticas. Evidentemente, este no-deseo no tiene nada que ver con la abstinencia y la sobriedad. Pero el héroe pretende realizar la indiferencia por mero capricho y casi sin darse cuenta, todo lo que los 'Otros' realizan por deseo. Este héroe sonámbulo respira la 'mala fe'. Intenta resolver el conflicto entre orgullo y deseo sin formularlo nunca claramente. El objetivo siempre es la autonomía divina, pero la dirección del esfuerzo se invierte. Sustentar toda la existencia en esta nada que se lleva consigo significa transformar la impotencia en omnipotencia, ensanchar la isla desierta del Robinson interior hasta las dimensiones del infinito. 'Quitadlo todo para que yo pueda ver'.
RENÉ GIRARD, Mentira romántica y verdad novelesca, 246 / foto: Jonathan Rys-Meyers en 'Match Point' de Woody Allen (2005)
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