El romántico cree salvaguardar la autenticidad de su deseo reclamando para sí mismo el deseo más violento. El romanticismo contemporáneo parte del principio inverso. Son los 'Otros' quienes desean intensamente, ¡el héroe, es decir, el Yo, desea débilmente o incluso no desea en absoluto! Es el personaje que sabe que 'la aventura' no existe, es decir, que el deseo exótico, el deseo metafísico, siempre es decepcionante. Sólo tiene deseos 'naturales' y espontáneos, o, lo que es lo mismo, limitados, acabados y sin futuro. Sabe perfectamente que el deseo metafísico es lo que transfigura las cosas lejanas.
El primer romántico intentaba demostrar su espontaneidad, o sea su divinidad, deseando más intensamente que los 'Otros'. El segundo romántico intenta demostrar exactamente lo mismo por medios opuestos. Este cambió llegó a ser necesario a causa de la aproximación del mediador y de los progresos constantes de la verdad metafísica. Ya nadie cree, en nuestros días, en los hermosos deseos espontáneos. Detrás de la pasión frenética del primer romanticismo, los más ingenuos reconocen la silueta del mediador. Entramos finalmente en 'la era de la sospecha'.
René Girard, Mentira romántica y verdad novelesca, 243
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