Los sistemas filosóficos son metáforas, formas de ver, marcos de referencia: son, como dijo Wittgenstein, 'juegos del lenguaje' o formas de jugar con la verdad según las reglas acordadas. Hay un peligro en ellas a la vez que una ventaja. Se pueden confundir con 'la' verdad: entonces se vuelven opresivas. Sus formas se endurecen y se vuelven rígidas. La 'verdad' es autorizada, canonizada y se le otorga una condición legal.
Algún cándido niño literario, aguardando de pie para ver pasar al emperador con sus espléndidas vestiduras, debe exclamar de nuevo: '¡está desnudo!'. Quizá, una vez más, cuando una imagen del mundo deje de estar viva y ya no sirva de nada, somos nosotros los que nos hemos de liberar de esta esclavitud.
Deberíamos tener en cuenta que reconocimientos como éste condujeron a Wittgenstein al silencio, a abandonar su forma académica de filosofar. De hecho, le llevaron hacia el misticismo.
Stanley Romaine Hopper, El mito, los sueños y la imaginación, en Mitos, sueños y religión, 95
Muchísima atención al último párrafo. La idea de la palabra como cárcel y del lenguaje, siendo éste un sistema de palabras, como la cárcel de las cárceles, no nos llega, almenos, de nueva. Pero esas últimas líneas agregan algo, a mi parecer. Presentan no sólo una de las reacciones existentes a esa revelación, sino posiblemente la más coherente. Para acercarse a la verdad del centro, dos caminos: o el silencio o la ruptura parcial del sistema a base de nuevas sintácticas, faltas de leyes y cargadas de sugerencias. Véase -ahora es cuando me matan- Cortázar, véase Morales.
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