Las mitologías tradicionales ejercen cuatro funciones, la primera de las cuales podría describirse como la reconciliación de la conciencia con las condiciones previas de su propia existencia. El mito básico popular ha sido el de una creación original buena, corrompida por una caída. En el otro mundo se alcanzará la restauración del estado prístino de la creación buena.
La segunda función es la de formular y presentar una imagen del universo, una imagen cosmológica a tenor de la ciencia del momento, y de tal modo que dentro de su esfera se puedan reconocer todas las cosas como partes de un único retrato sagrado.
La tercera función ha sido la de validar y mantener algún orden social específico. En la Biblia, por ejemplo, desde el concepto de un dios personal a través de cuya acción se ha creado el mundo, se contempla a este mismo dios como autor de las Tablas de la Ley. El orden moral, así como el natural, está fijado para siempre.
La primera función sería la mística o la metafísica, la segunda la cosmológica y la tercera la sociológica, La cuarta, que se encuentra en la raíz de las tres como su base y apoyo final, es la psicológica, es decir, la de dar forma a los individuos para que alcancen las metas e ideales de sus distintos grupos sociales.
Mientras que los órdenes cosmológicos y sociales han variado mucho a lo largo de los siglos y en las distintas partes del globo, en cambio han existido ciertos problemas psicológicos, irreductibles e inherentes en la propia biología de nuestra especie, que han permanecido constantes y que hacen bailar a los mitos de toda la humanidad los compases comunes de una única melodía del alma.
Joseph Campbell, Los temas mitológicos en la literatura y el arte, en Mitos, sueños y religión, 126
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