Un teólogo me dijo una vez que las visiones de Ezequiel no eran más que síntomas mórbidos y que, cuando Moisés y otros profetas oían 'voces' que les hablaban, estaban sufriendo alucinaciones. Se puede imaginar el pánico que sintió al experimentar 'espontáneamente' algo parecido a eso. El hombre primitivo enfrentado con una conmoción de este tipo no dudaría de su salud mental: pensaría en fetiches, espíritus o dioses. Sin embargo, las emociones que nos afectan son las mismas. De hecho, los terrores que proceden de nuestra complicada civilización pueden ser más amenazadores que los que el hombre primitivo atribuye a los demonios.
La actitud del hombre moderno civilizado me recuerda, a veces, a un paciente psicópata de mi clínica que también era médico. Una mañana le pregunté qué tal estaba. Me contestó que había pasado una noche maravillosa desinfectando todo el cielo con cloruro mercurioso, pero que durante toda esa tarea sanitaria no había encontrado rastro alguno de Dios.
Carl G. Jung, El hombre y sus símbolos, 40
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