EL AMOR EN LA ANTIGÜEDAD
Todos los pensadores, poetas y moralistas antiguos coinciden en creer que el amor es una aspiración, una tendencia de lo inferior a lo superior, de lo imperfecto a lo perfecto. Todas las relaciones de amor entre los hombres se dividen en un 'amante' y un 'ser amado': y el ser amado es siempre el más noble, la parte más perfecta y a la vez el prototipo para el ser, querer y obrar del amante.
Ya Platón dice: "Si fuéramos dioses, no amaríamos", pues en el ser perfectísimo no puede haber ninguna aspiración o necesidad. El amor es aquí sólo un camino, un método. Y según Aristóteles, en todas las cosas radica un impulso hacia la divinidad, ser pensante, feliz en sí y que 'mueve el mundo' como 'primer motor', pero no como mueve un ser que quiere y obra hacia fuera, sino como "lo amado mueve al amante", esto es, atrayéndolo, seduciéndolo. La esencia del amor antiguo está elevada a lo absoluto e ilimitado con singular sublimidad, con una belleza y frialdad netamente antiguas.
EL AMOR EN EL CRISTIANISMO
En la concepción cristiana se vuelve descaradamente la espalda al axioma griego, según el cual el amor es una aspiración de lo inferior a lo superior. A la inversa, el amor debe mostrarse justamente en el hecho de que lo noble se rebaje y descienda hacia lo innoble, el sano hacia el enfermo, el rico hacia el pobre, el mesías hacia los publicanos y pecadores. Y ello sin la angustia antigua a volverse uno mismo innoble.
Ahora Dios ya no es un eterno término en reposo, comparable a una estrella que mueve al mundo como "lo amado mueve al amante" sino que su esencia misma se torna amor y, por consiguiente, creación, voluntad y obra. En lugar del eterno 'primer motor' del mundo aparece el 'creador' que lo creó 'por amor'.
Lo monstruoso para el hombre antiguo, lo paradójico, según sus axiomas, ha sucedido en Galilea: ¡Dios ha descendido espontáneamente hacia el hombre haciéndose un siervo y muriendo en la cruz! Ya no hay una idea de un 'bien supremo' que tenga un contenido más allá y con independencia del acto de amor mismo y de su movimiento. El 'summum bonum' es ahora, no un valor de la cosa, sino de acto: es el valor del amor mismo como amor, no por lo que haga o produzca.
Si se le dice al joven rico (Mc 10, 17-27) que se desprenda de sus riquezas y las dé a los pobres, no es porque los pobres reciban algo, ni porque se alcance con ello un reparto de la riqueza más propio para el bienestar general, ni tampoco porque la pobreza sea en sí mejor que la riqueza, sino porque el 'acto' de desprenderse, la libertad y plenitud que se da a conocer en este acto ennoblecen al joven rico y lo hacen todavía más 'rico' de lo que es.
Max Scheler, El resentimiento en la moral, 73 /81
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