Eras tú. Venías más pura y única que nunca, empapada de noche y de llanto, en un bálsamo tierno y sutil. Murmuraste alguna desdicha y yo sentí que siempre había estado esperando que lo hicieras. Estaba oscuro, pero eras tú. Y dejaste tus lágrimas en mi hombro, y balbuceaste algo que entendí, y supiste endulzada de halago que esa noche yo te había estado esperando.
Entonces te consolé y te cogí como a una novia nívea, y languideciste hasta que sólo eras una criaturilla sobre mi regazo. No desististe en el llanto. Te levanté en brazos y anduvimos a media oscuridad, tú y yo, ilusos de eternidad. Y a medida que nacía la luz grisácea de la madrugada, y el gentío de las calles empezaba a hormiguear, desaparecías en destellos dormidos...
¿Qué había sido de ti, aquella noche de luna azul? ¿Qué veredas pisaste, dónde perdiste la razón de soledad? ¿Revoloteaste por esos caminos de arena? ¿Pajareaste hasta mi casa, mirlo melancólico?
Piel de limón, pelo de aceituna, aleteando oscura soplas tu perfume aguado de luz nocturna. Tu siempre estarás prendada de esa luz grisácea, y yo, diminuto en el mundo, pasearé siempre solo por las plazas el recuerdo íntimo de esa noche templada, el sueño sincero de que te amé.
JOAN PAU INAREJOS, 1999 (BASADO EN SUEÑO)
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