Al amanecer eché las redes al mar y extraje al abismo raras cosas de extraña belleza. Unas brillaban como sonrisas, otras como lágrimas, y alguna se sonrojaba como mejilla de novia.
Cuando volvía con mis tesoros, mi amor deshojaba una flor en su jardín. Vacilé, arrojé a sus pies todo lo que el fondo del mar me había dado y aguardé en silencio. Ella lo miró todo lentamente y dijo: '¿Para qué me pueden servir cosas tan raras?' Bajé la cabeza avergonzado y pensé: 'Verdaderamente, no me han costado esfuerzo ni dinero. No son regalos dignos de ella..." Y esa noche las tiré, una a una, a la calle.
Por la mañana pasaron unos viajeros. Recogieron mi tesoro y lo llevaron a tierras lejanas.
Rabindranath Tagore, El jardinero, 21
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