Adán y Eva "oyeron ruido de pasos de Yahvé, que paseaba por el vergel a la brisa de la tarde"
Yahvé es un dios personal y antropomorfo, que habla con Adán y Eva y que modela la estatua de Adán a su imagen y semejanza, lo cual implica que Yahvé mismo debía tener figura humana. Poco después, Adán y Eva "oyeron ruido de pasos de Yahvé, que paseaba por el vergel a la brisa de la tarde" (Gen, 3). Incluso Yahvé cierra personalmente el arca de Noé, una vez que se ha metido en ella Noé, su familia y los animales elegidos. En Deut, 4 se anuncia que "allí [en el exilio] serviréis a sus dioses, obra de las manos de los hombres, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni comen, ni huelen". Por contraposición, se entiende que Yahvé sí que ve, oye, come y huele. En cualquier caso, habla por los codos. Y se enfada, se calma y se apiada. Desde luego, Yahvé no era un ser humano normal, era un dios, tenía poderes portentosos y taumatútgicos, aparecía y desaparecía a voluntad y decidía el curso de las batallas.
Lo más característico del dios de los judíos era su carácter psicológico y político: era intolerante, mandón, celoso e irascible, como el cabecilla de una pandilla. Este dios mandón exigía de sus súbditos una obediencia absoluta e incondicional (...). Además, era un dios extraordinariamente celoso, que no aguantaba que nadie del pueblo de Israel rindiera culto a otros dioses. Y tan pronto se mostraba amable y misericordioso como colérico e irascible. Castigaba un poco atolondradamente, como cuando envía una peste a su pueblo que causa setenta mil muertos por un quítame allí esas pajas respecto a la convocatoria de un censo por David. Luego se da cuenta de lo desproporcionado del castigo y se arrepiente: "Yahvé se arrepintió de la desgracia y dijo al Ángel que había causado el exterminio entre el pueblo: Basta ya, detén tu mano" (Sam, 24). Cuando se dejaba llevar por la ira, era tremendamente cruel y destructivo.
Lo más característico del dios de los judíos era su carácter psicológico y político: era intolerante, mandón, celoso e irascible, como el cabecilla de una pandilla. Este dios mandón exigía de sus súbditos una obediencia absoluta e incondicional (...). Además, era un dios extraordinariamente celoso, que no aguantaba que nadie del pueblo de Israel rindiera culto a otros dioses. Y tan pronto se mostraba amable y misericordioso como colérico e irascible. Castigaba un poco atolondradamente, como cuando envía una peste a su pueblo que causa setenta mil muertos por un quítame allí esas pajas respecto a la convocatoria de un censo por David. Luego se da cuenta de lo desproporcionado del castigo y se arrepiente: "Yahvé se arrepintió de la desgracia y dijo al Ángel que había causado el exterminio entre el pueblo: Basta ya, detén tu mano" (Sam, 24). Cuando se dejaba llevar por la ira, era tremendamente cruel y destructivo.
JESÚS MOSTERÍN: 'LOS JUDÍOS. HISTORIA DEL PENSAMIENTO' (2006)
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