dimecres, 13 d’abril del 2005

Desenterrando la cruz


Santa Elena mandó demoler el templo de Venus y arar el solar. Terminadas estas operaciones, Judas se arremangó la túnica, tomó un azadón y comenzó a cavar con gran fuerza y profundidad en aquel terreno, y cuando hubo excavado una especie de pozo, al seguir ahondando en el fondo del mismo, a unos veinte pasos de distancia con relación a la superficie exterior del suelo, descubrió tres cruces, las rescató y las llevó ante la reina. Para discernir cuál de ellas fuese la de Cristo, y evitar su confusión con las de los dos ladrones, la emperatriz mandó que las tres fuesen colocadas en un lugar público, en medio de la ciudad. Santa Elena esperaba confiadamente que de algún modo maravilloso habría de manifestarse la gloria del Señor.

No quedó defraudada porque, a la hora de nona, pasó por la plaza en que se hallaban expuestas las tres cruces un cortejo fúnebre formado por numerosas personas que acompañaban el féretro de un joven al que llevaban a enterrar. Judas detuvo a los portadores del difunto e hizo que el cadáver fuese depositado sucesivamente sobre las tres cruces. Colocado el cuerpo del muerto sobre la primera y sobre la segunda cruz, no ocurrió nada. Pero en cuanto lo pusieron sobre la tercera, el difunto inmediatamente resucitó.


Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada (siglo XIII), La invención de la santa cruz, 287

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